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¿Cuál es el sentido político de levantar una plataforma con aspiraciones tan grandes como ser la alternativa más contundente y plausible ante Chile Vamos y la Nueva Mayoría? Ésta, entre otras, es una interrogante que, día a día, se hace más necesario contestar.

El naciente Frente Amplio chileno camina -qué duda cabe- hacia la conformación de una coalición amplia por las transformaciones sociales. Esa amplitud radica en la composición ideológica de las orgánicas que lo van conformando, en la tradición y trayectoria política de sus partidos pero, sobre todo, en la forma en la cual se hace lectura estratégica y táctica del ciclo histórico que estamos abordando. A raíz de ello es que se torna fundamental trascender al mero equilibrio del poder (simbólico y cuantitativo) y a la administración de las diferencias existentes. Desde hoy se torna pertinente, necesario y hasta imperioso, avanzar en líneas políticas comunes, en un marco narrativo y un relato lleno de épica que nos permita, por un lado, maximizar nuestros esfuerzos desde las distintas instancias y trincheras en las cuales nos desenvolvemos y, por otro, llegar a un amplio espectro de la ciudadanía que robustecerá la disputa ante todos esos que desean mantener el status quo y la integridad del modelo neoliberal.

Estos primeros meses como coalición, tanto dentro como fuera de la institucionalidad, han sido de profundo aprendizaje. De fondo, claro está, se visualiza la necesidad de construir y liderar la oposición ante los sectores más conservadores y retardatarios de la élite nacional. En resumidas cuentas, junto a una decena e incluso, centenar de actores sociales y políticos, estamos removiendo los cimientos de un modelo que, hasta la fecha, se ha mantenido y profundizado gracias a la condescendencia de una centro-izquierda expresada en la ex-Concertación y ex-Nueva Mayoría y a la unidad -cuasi monolítica- de la derecha política, económica y social.

Después de 28 años de retorno a la democracia, se ha constituido una fuerza social y política en forma de coalición, que permea espacios de poder institucional, otrora capturados por los partidos políticos tradicionales y el bipartidismo. El simbolismo de ese ejercicio, la irrupción como tercera fuerza y la existencia de -relativo- poder por parte del naciente Frente Amplio, es lo que enmarca el actual momento que transitamos, hacia la definición del rol histórico y el proyecto de conducción nacional que le hemos propuesto a Chile. Pues bien, este camino de remoción de los pilares y enclaves del neoliberalismo, pasa (entre otras cosas), por disputar el sentido común. Para ello, el crecimiento y consolidación de lo que iniciamos de manera conjunta el 2017 (con la antesala y los aprendizajes de la experiencia de la izquierda outsider de los ‘90 y ‘00), debe trasladarse y expresarse en tres grandes planos y/o niveles:

Ideológico y político, que permita permear la trinchera social existente, colaborando en la articulación de la sociedad civil bajo nuevas plataformas movimentistas que enarbolen banderas de cambio, libertad y transformación modular, por ejemplo, desde las luchas eco-ambientalistas, feministas y animalistas-antiespecistas, relacionadas -directamente- con la matriz productiva nacional de los próximos 30 años. Es momento de apalancar esa definición del proyecto país que concita a las mayorías y supera el enclave neoliberal actual.

Programático y electoral, liderando la oposición al gobierno de Sebastián Piñera, desde una plataforma amplia por las transformaciones sociales que involucre un esfuerzo y empuje que va más allá de las siglas partidarias y las direcciones nacionales de los partidos políticos. Es hora de refundar la centro-izquierda chilena y eso lo lograremos en la medida en que exista una confluencia importante entre actores del mundo social y político, tanto tradicionales, como emergentes, bajo un programa de profunda superación al modelo de sociedad contemporáneo.

Orgánico y estructural, ampliando la base de la militancia frenteamplista en comunales y dotando de mayor peso vincular a las posiciones que subyacen en ese nivel, ya sea de parte de orgánicas partidarias, movimentistas o ciudadanas y ciudadanos de a pie. Entender este ejercicio como parte del corolario de un proceso fundacional, es fundamental por dos motivos; el primero es hacernos cargo de la demanda de participación e injerencia en la toma de decisiones, de parte de chilenas y chilenos que desean incidir en el devenir de su materialidad y de la realidad país. El segundo, radica en la necesaria construcción del/la sujeto/a frenteamplista que, a la postre, dotará de los mayores elementos teóricos y prácticos para llevar a cabo el proceso de cambio y transformación que estamos elaborando como coalición.

Así las cosas, este 2018 debiese ser un año para avanzar en el ordenamiento interno de cada fuerza política, que decante en un acuerdo orgánico primario para funcionar conjuntamente. Ese orden debe abrir un espacio hacia 2019 donde podamos reconocer y definir nuestros márgenes ideológicos, junto a la elaboración de tesis estratégica y orgánica definitoria para el ciclo hasta 2022. Si logramos superar ambos momentos y llegar a 2020 con una base sólida de sustentación, será el instante para cristalizar la unidad política que enfrente la contracorriente en el escenario de disputa municipal.

Después de mucho tiempo estamos transitando un momento que invita a soñar, crear y creer. Después del pseudo-letargo de la década de los ‘90, se asoman nuevos bríos, energías y esperanzas para cambiar nuestro país. Ante ese escenario, ante la posibilidad cierta de ser alternativa de gobierno para miles y millones de compatriotas, debemos ser pacientes, astutos y astutas. No puede ganarnos la ansiedad y el ánimo de avanzar, sin fortalecer nuestra casa; esa casa de las transformaciones sociales que va delineando el futuro. Esa caja de resonancia que va cimentando la emancipación del nuevo Chile.

Fuente: El Desconcierto